viernes, 19 de abril de 2019

¿Princesa de Ana y Mía?

No me lo creo, aún no, han pasado dos años y hasta la fecha no entiendo cómo llegó a tal extremo...

Durante 18 años la tuve en mi techo y nunca vi cambios en ella, desde que nació siempre fue muy feliz y animada, sí sufrió en la escuela durante un par de años, pero su madre y yo estuvimos al pendiente de ella, podía no tener amigos, podía ser ignorada por sus grupos, podía ser rara, pero era nuestra princesa en casa, hija única y consentida, valiosa para ambos, la luz de nuestra felicidad.
¿Cómo no me di cuenta de que estaba cambiando al cumplir sus tiernos 18? Ya no cantaba por las mañanas, ya no sonreía al llevarla a la escuela, solo miraba su teléfono, leía muchísimo, siempre estaba leyendo algo en su computadora o Smartphone, solo vivía para ellos, poco a poco noté que el gasto en comidas era ligeramente menor, no sé cómo me percaté de que dejó de usar la ropa que le regalaba porque "le quedaba grande", luego desperté por la madrugada, estaba en el baño, pensé que algo le había hecho daño, se quejaba de dolores de cabeza todo el tiempo, dejaba de quejarse al no hallar comida mientras su madre y yo trabajábamos, se quedaba en su habitación, pensé que estaba embarazada y decidí intentar hablar con ella, el domingo la llevé conmigo por las compras, sin decir nada la vi marearse, desmayarse, al cargarla para sacarla del lugar la noté drásticamente más ligera que hacía unos meses, le pregunté al doctor respecto al "bebé" y me dio la tarjeta de una psicóloga, mientras mi hija estaba en el hospital en un coma sin la mínima esperanza, su madre me mostró registros de compras de su teléfono: había hallado compras de fuertes pastillas para adelgazar, éstas estaban bajo su cama.

Recuérdame

Despierta dudosa por los ruidos a su alrededor, mirando la serie de fotos y mensajes en su pared "feliz cumpleaños", "mejórate pronto" "mejores amigas" "te quiero" pero no puede recordar muchos de los momentos que en sus fotos se muestran, como evidencia las fotos y nada más, esos amigos ya son irreconocibles, ¿qué está pasando? Desesperada de hacer muchos intentos fallidos para recordar, a su alcance encuentra su teléfono en una habitación blanca, ¿dónde está? toma foto de el recuerdo que más le causa intriga, su novio al lado, él fríamente responde "nuestra última salida antes de terminar hace dos años" ¿qué está sucediendo? Marca a su padre, a su madre pero no responden, a su hermano pero el número pertenece a alguien más, entra su primo diciéndole del accidente en su casa que acabó con la vida de todos, y mientras sale para buscar a una enfermera, ella hace un último esfuerzo en vano para recordar, enojada consigo decide simplemente remarcar con una jeringa sobre su brazo las cicatrices de su adolescencia con la fuerza de toda su desesperación, sangre empieza a fluir y cierra los ojos, al abrirlos encuentra a su familia esperando para darle un abrazo.

¿Miedo?

"Está sólo en mi cabeza" se había dicho, sin embargo los trastes pagaron mucho de su desahogo.
"Me sorprende cómo una acción tan simple como azotar un par de trastes puede reflejar toda una serie de pensamientos" decía ella para sus adentros. 
-Los trastes no tienen la culpa- decidió decir finalmente con la voz más suave que encontró, debía ser meticulosa, cautelosa, lo más que pudiera. Cualquier movimiento o palabra en falso acabaría por despertar finalmente toda su ira.
Él la miró directamente a los ojos -¿Quieres que me desquite con otra cosa?- respondió agresivo. Su mirada reflejaba resentimiento, coraje, enojo. Furia. 
Se quedó callada en su lugar. Tenía miedo de decir más, sabía que rompería en llanto ante el menor detalle.
Sin decir más subió a su habitación y sobre la cama prosiguió con su huida habitual. No lloró, apretó sus manos lo más fuerte que pudo sobre su cadera hasta sentir un poco de humedad sobre sus dedos, ni así se detuvo, aquél dolor podía inhibir en gran parte cualquier otro sentimiento, trataba de concentrarse en ello. Viejas costras y heridas le ayudaban a concentrarse. Le dolía, es más que obvio, pero creía que todo era su culpa, y lo que es más, ya no sabía cómo proceder... 
Llegando a la habitación, él enojado desconectó aquellos audífonos del móvil tratando de captar mínima atención. Sabía que era todo su culpa, sin embargo el ego de un hombre nunca se permite asumir las consecuencias de sus actos.
-Tranquila, seguiremos intentando...- dijo él con un tono amable mientras sus manos secaban lágrimas de aquellas mejillas.

Tenía miedo, por mucho que se esforzara aquellos ojos café podían delatarla. Pero para su buena suerte, los ojos cegados por la furia nunca le permitirían entender aquellas expresiones. La mano de su novio sobre su cadera le provocó estremecerse, en parte por dolor, en parte por el temor que la invadía.
Por primera vez lo decidió. No se repetiría. Nunca.
"Si no puedes entender que hago todo mi esfuerzo, no sé qué demonios sigo haciendo aquí". Tomó su chamarra y lo dejó dudoso, sin pensarlo salió de aquella casa desconocida, recordaba cómo llegó, le servía lo suficiente, caminó sobre sus pasos por ese callejón abandonado hasta que mucho calor sobre su abdomen la invadió, al mismo tiempo un cosquilleo recorrió todo su cuerpo y luego un líquido se hizo presente sobre el calor que sentía.
-Todo acaba hoy, si no lo entiendes de una forma lo entenderás de otra.
Fue lo último que recuerda.