"Está sólo en mi cabeza" se había dicho, sin embargo los trastes pagaron mucho de su desahogo.
"Me sorprende cómo una acción tan simple como azotar un par de trastes puede reflejar toda una serie de pensamientos" decía ella para sus adentros.
-Los trastes no tienen la culpa- decidió decir finalmente con la voz más suave que encontró, debía ser meticulosa, cautelosa, lo más que pudiera. Cualquier movimiento o palabra en falso acabaría por despertar finalmente toda su ira.
Él la miró directamente a los ojos -¿Quieres que me desquite con otra cosa?- respondió agresivo. Su mirada reflejaba resentimiento, coraje, enojo. Furia.
Se quedó callada en su lugar. Tenía miedo de decir más, sabía que rompería en llanto ante el menor detalle.
Sin decir más subió a su habitación y sobre la cama prosiguió con su huida habitual. No lloró, apretó sus manos lo más fuerte que pudo sobre su cadera hasta sentir un poco de humedad sobre sus dedos, ni así se detuvo, aquél dolor podía inhibir en gran parte cualquier otro sentimiento, trataba de concentrarse en ello. Viejas costras y heridas le ayudaban a concentrarse. Le dolía, es más que obvio, pero creía que todo era su culpa, y lo que es más, ya no sabía cómo proceder...
Llegando a la habitación, él enojado desconectó aquellos audífonos del móvil tratando de captar mínima atención. Sabía que era todo su culpa, sin embargo el ego de un hombre nunca se permite asumir las consecuencias de sus actos.
-Tranquila, seguiremos intentando...- dijo él con un tono amable mientras sus manos secaban lágrimas de aquellas mejillas.
Tenía miedo, por mucho que se esforzara aquellos ojos café podían delatarla. Pero para su buena suerte, los ojos cegados por la furia nunca le permitirían entender aquellas expresiones. La mano de su novio sobre su cadera le provocó estremecerse, en parte por dolor, en parte por el temor que la invadía.
Por primera vez lo decidió. No se repetiría. Nunca.
"Si no puedes entender que hago todo mi esfuerzo, no sé qué demonios sigo haciendo aquí". Tomó su chamarra y lo dejó dudoso, sin pensarlo salió de aquella casa desconocida, recordaba cómo llegó, le servía lo suficiente, caminó sobre sus pasos por ese callejón abandonado hasta que mucho calor sobre su abdomen la invadió, al mismo tiempo un cosquilleo recorrió todo su cuerpo y luego un líquido se hizo presente sobre el calor que sentía.
-Todo acaba hoy, si no lo entiendes de una forma lo entenderás de otra.
Fue lo último que recuerda.
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